El moderneo y Dani Martín

Dani Martín podría no estar equivocado, señores. Él lo dijo, antes que muchos, antes que nadie, por ahí en el dos mil y pocos años más: “Me desperté soñando”. Sí, ese chavalín del que todo moderno que se precie –o antimoderno, que viene siendo lo mismo que moderno- se burlaba, tenía razón. No nos hemos dado cuenta hasta ahora, y es que nos levantamos soñando sin diferenciar el sueño de la realidad –algo también muy recurrente en el pop, no en lo antipop- y así, en bucle, como si nos enchufásemos cinco discos de Alex Ubago, La Oreja de Van Gogh o Efecto Mariposa en un random mode. Creemos que las cosas se hacen solas hasta tal punto que en pocos años nadie sabrá de dónde vienen las manzanas y algunos niños creerán que Adán y Eva se llamaban, en realidad, Justin Bieber y Miley Cyrus.

Yo la verdad es que me lleno la boca, con todo, soy igual o más ignorante que todos los que se sientan en cualquier bar de Joaquim Costa o tienen mesa habitual en el Velódromo, pero en mi ignorancia hay una cosa que percibo: La Rabia.

En la Barcelona creativa –y más recientemente en toda Barcelona- todos los días son días sin Iva, todos los días hay rebajas y todos los días, sobre todo, son navidad. En Barcelona regalamos sin parar, no paramos de regalar al mismo nivel que Agatha Ruiz de la Prada en Testimonio de La Hora Chanante no puede parar de crear ¡y qué bien me viene esto! En Barcelona no paramos de regalar nuestra creatividad, entusiasmados por una recompensa que nunca llega pero que, sin embargo, nos venden. Un currículum inútil en que el salario percibido en la mayoría de puntos de tu experiencia será cero pero que, a pesar de no cotizar, has dado tu aliento a ese trabajo gratuito. Total, en Barcelona somos gilipollas.

Todos somos intelectuales a ojos de aquellos que nos interesan, somos más flexibles que Play Doh y más camaleónicos que Madonna, somos quienes queremos ser ante los demás y al volver a casa te encuentras en el sofá mirando a la Esteban dentro del cuerpo de alguien que no conoces bailando dentro de un pijama de mierda.

Al día siguiente todo vuelve a empezar, te embutes en lo que Zara, Mango y un largo etc. te dicta que te embutas –con algo de noción porque la noche anterior te has zampado, en la mecánica zombie que tu pijama implica, los blogs, los looks, los desfiles, y toda la publicidad sumergida dentro de cualquier cosa que se anuncie como Él estilo NOW-. Te maquillas muy nude y te pintas los labios lilas, te pillas unas gafas redondas unas plataformas, te chutas algo vintage y ya estás lista para salir a la calle, como siempre, en paro, solo para ver, ser visto y probar suerte de a ver que shark intenta chuparte el talento hoy –total, al menos te harás una foto al salir de casa para anunciar lo genial que eres y pretender que vas a un lugar de lo más interesante de la mano de la gente más guay-. Con el deseo de cruzarte con alguien que conoces, el genio de la lámpara te escucha, y se ha encargado de sacar a la calle unos cuantos miles de clones, igualitos que tú. Cuando los ves piensas ¡Mierda! Pero les sonríes, cómplices de vuestra mentira y el vacío que ambos compartís. Ninguno de los dos sabéis quien sois, pero la apariencia os hace conoceros sin querer. Entonces, os dais cuenta, de que no somos nadie.



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