A


A. Con ella empieza nuestro abecedario, con ella empiezan grandes palabras que forman parte de nuestra vida a diario.
Si cada uno de nosotros escribiera una sincera autobiografía, muchos de los libros serían copias idénticas de diferentes sujetos, todos, quien más quien menos, hemos vivido similitudes o situaciones parecidas a las de nuestro mejor amigo o el peor de nuestros enemigos.
¿Quién no ha jugado a decir su número favorito? Era un juego inocente pero común, aunque cada vez que mis compañeros de primaria y yo nos sentábamos a tratar estos temas tan trascendentales en mi mente no aparecía un numero, aparecía la letra A.
Jugaba a dibujarla, hacer diferentes caligrafías, todas ellas con un único inicio y fin. Rotulaba horas, sin sentido, era quizás una antesala de mi pasión.
Mi abuela me enseñó de caligrafía, mi madre de poesía y mi padre de ordenadores e informática, así fue adquiriendo fuerza la letra en mi vida.
Amante de la escritura, la 1ª vocal siempre es la más usada, la que se desgasta en los teclados de antaño, esos que no se iluminaban ni se cambiaban cada doce meses.
Así y sin pensarlo, siendo siempre contrario a introducir tinta en mi piel, decidí pincharme, mancharme, marcarme; eso si, sellarme a mí, de mí y para mí.
No es A de Alejandro, Alberto, Antonio y mucho menos de Ana, es la A que tantas veces he tecleado, acertadamente o no, para escribir lo que mi mente necesita expulsar. La he usado para amar, aburrirme, alegrarme o asimilar situaciones, una letra que difícilmente repetirá nombre en Pasa Palabra, quizás la única vocal en mi nombre, quizás simplemente un juego de niños.


Muchos besos,

Marc
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