Elena Ferrer

La pianista

Vía Ignite light

1930. Tiene dieciocho años. Su mano se posa sobre las teclas del piano mientras oye como el rollo de la película empieza a girar. En el café-teatro de su familia se proyecta cine mudo los fines de semana. La gente del pueblo viene y se sienta en las sillas del bar que se han dispuesto en la sala, frente a la pantalla. Ella interpreta la música mientras los actores se mueven gesticulando en silencio. La época del cine mudo está llegando a su fin, pero en el pueblo todavía no lo saben. Entre el público hay alguien que no mira la pantalla, solamente la mira a ella.

1940. No hay piano, no hay cine. Solo hay miedo y hambre. Su marido, con el que se casó poco antes del inicio de la guerra, vive escondido. Fue soldado republicano y teme las represalias. De eso, no se habla. Coser, alimentar a la gallinas, hacer truque con los vecinos, sobrevivir. De eso se trata.

1950. Hay una niña pequeña en casa. La tuvieron pasada la treintena, muy mayores para lo esperado. Culpa de la guerra, dice ella. “No queríamos traer a nadie a pasar hambre y frío”. Será hija única.

1960. Su marido ha hecho un esfuerzo, fue a la capital de la comarca y encargó un piano. Es un modesto piano de pared. Ella se sienta en el taburete frente a él. Acaricia las teclas. Cierra los ojos. Le parece ver de reojo a Buster Keaton. Hacía veinticinco años que no tocaba.

1975. La niña que ya no es niña está casada y viven todos juntos. Hay dos nuevas niñas en la casa. Se mira al espejo, su pelo ya es casi todo blanco. Ahora es una abuela que despierta nietas, prepara desayunos y meriendas. Se mueve en un segundo plano en la que fue su casa, gobernada ahora por gente joven que sabe mejor lo que conviene. Pero la cocina sigue siendo su domino y el piano su refugio.

2000. La nieta mayor ha invitado a toda la familia a su casa para celebrar el nacimiento de su hija, la bisnieta. Es un bebé precioso. El piano de la abuela decora ahora el comedor de la nieta, y está jalonado de fotografias familiares. En ninguna aparece quien fue la propietaria, la pianista que hace tanto se desvaneció. “Abuela, toca algo”. Hace tanto… pero se sienta y con sus manos temblorosas de casi noventa años se atreve a interpretar Claro de Luna. No lo sabe pero será la última vez que acaricia las teclas de un piano.

2015. Alguien escribirá sobre ella en un blog, y recordará a la pianista de cine mudo como si la hubiera visto tocando ochenta y cinco años atrás. La vestirá y la peinará con la ropa y los peinados de los años treinta que el cine le habrá mostrado. Reconstruirá su vida con retazos y suposiciones. Dará testimonio de que ELLA fue, vivió, amó y soñó. Y que, por lo tanto, existe.

Elena Ferro


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