Enero en el pueblo


Me he convertido en un oso. Pasó la Navidad, volvimos a casa y me metí en mi madriguera. La diferencia con el oso es sustancial: en lugar de dormir, yo tecleo, dibujo o me devano los sesos. Por lo demás, todo igual: pelo, volumen y aletargamiento. Hasta mi suegra apunta repetidamente que arrastro los pies y creo que ni el láser podría con mis escarpias a prueba de invierno.
Enero me ha dejado baldada y sin leña. La chimenea vacía, y yo arrastrando mis Ugg falsas por toda la casa. No crean, no soy la única. Al amore le ha dejado su pareja de tenis del pueblo. Un divorcio exprés a través del móvil:
"no juego mas con tigo se lo e comunicado al club dice que si quieres puedes jugar con otro yo ya no quiero jugar mas con tigo adios".
La ortografía no precisa explicaciones, y así, vía whatsapp, se ha visto relegado a la categoría de outsider. Porque en este pueblo, si uno no juega al tenis, es lo que viene siendo un marginado.
Menos mal que Pablo no nos abandona y sigue pelando piñones en el banco de piedra frente a la cocina. Lo observo mientras descongelo las pechugas, Paxarito desarma el barco Pirata y Juan berrea, como siempre, desde su trona. Esta noche, cambiaré las botas por unos tacones, abriré el champán que quedó de Nochevieja y supliremos la leña con abrazos. Enero se acaba y creo que va siendo hora de salir de mi cueva.



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