Romanticiso endémico



Es indiscutible que soy un romántico de manual. De esos que se emocionan al ver una flashmob de alguien que pide matrimonio; soy de esos que ven a un repartidor con flores y le entra un “no se que” en la tripa, de los que miran y sonríen. Pasan los días y me convenzo cada vez más que no quiero entregarme a nadie, no por ahora, pero a la vez, mi espíritu novelesco me proviene de encontradísimos sentimientos en los que la ensoñación se ocupa de crear historias y cuentos dignos de relatar en algún Best Seller para señoras que prefieren leer a vivir. Escenas entumecidas, con cristales llenos de vaho, el suficiente para poder dibujar un corazón y tu nombre debajo. En mi habitación no hay más que desorden, revistas por abrir, botellas de agua y decenas de camisas y zapatos que aun no han encontrado su lugar; y entre todo este caos y descontrol estamos tú y yo, tumbados uno abrazado al otro, en una cama de 90 en la que sobran metros por todas partes. Acariciarte el pelo siempre ha sido relajante, pero más ahora que al moverlo se impregna la almohada de ti, de tu champú, de tu aroma. Pasar horas hablando de todo y sin decir nada, olerte y tener una aceleración tan grande en mi corazón que me preocupe un desmayo. Pero luego me miras, te miro y me relajo, nos besamos. Que bonitos son los besos que se dan sin necesidad de contarlos, cuantos te habré dado en mis sueños, menos mal que luego abro los ojos y estas para materializar lo que alguna vez fue humo. Que bonito es decir tu nombre y pensar que en tu casa, en tu habitación, a lo mejor, tu estas diciendo el mío. Luego despierto. Muchos besos de buenos días,


Marc
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