LAS BACTERIAS SÍ QUE IMPORTAN


La importancia de una alimentación rica y nutritiva no solo es una cuestión de vital importancia que atañe a nuestras propias células sino que la cantidad y calidad de lo que ingerimos también adquiere una relevancia extrema para lograr un equilibrio adecuado entre las diferentes colonias de bacterias que cohabitan en nuestros intestinos.

Las diferencias entre la flora intestinal de personas delgadas y obesas es algo que nos debería hacer recapacitar, y máxime cuando experimentalmente se ha podido inducir obesidad en ratones que no lo eran simplemente por el trasplante de las bacterias de uno a otro. Pero la cuestión no solo atañe a la mayor capacidad que tienen algunas de estas bacterias para degradar alimentos previamente indigeribles y posibilitar una mayor absorción de calorías en forma de glucosa y ácidos grasos de cadena corta. Las bacterias de nuestro intestino también adquieren una importancia extrema en lo que se conoce como inflamación orgánica bajo grado, algo que podría causar una insensibilización a la insulina y derivar en problemas metabólicos mayores, como puede ser la diabetes tipo II.

Efectivamente, de nuestras bacterias dependerá, en parte, la cantidad de calorías que nuestro cuerpo puede absorber de los alimentos. Esto, en un principio, puede ser considerado incluso como algo positivo, y para poder entenderlo completamente no queda más remedio que remontarse a nuestro pasado evolutivo; hemos de pensar que nuestro mapa genético se diseñó principalmente en el paleolítico, lo que supone que compartimos la practica totalidad de genes que aquellos pobladores de hace por lo menos 40.000 años. Esta extraordinaria relación que se estableció entre huésped y comensal ( bacterias) resultó de vital importancia para nuestra supervivencia al otorgarnos mayor cantidad de calorías de los alimentos que de otro modo habrían sido desaprovechadas. Así de éste modo, ante la escasez de comida, disponer de colonias de bacterias especialistas en degradar la fibra de los alimentos, supuso un mayor aporte de monosacáridos y ácidos grasos de cadena corta para nuestro organismo. Hasta aquí la maravillosa relación que se mantuvo durante miles y miles de años; pero nuestro mundo moderno no opera con aquellos viejos patrones ancestrales, y ese fino equilibrio, tejido en condiciones totalmente diferentes, se ha roto.

Sí, efectivamente, las bacterias siguen ejerciendo aquella maravillosa función pero en condiciones radicalmente distintas. Ya no existen épocas de hambrunas, no hay escasez de alimentos..., ahora los patrones dietéticos son diferentes, comer cada dos o tres horas se impone como la forma más saludable de alimentarse, mientras que los ayunos son vistos por la comunidad médica como un despropósito que atenta seriamente contra nuestra salud. Pero ellas (las bacterias) no entienden de modas pasajeras y arbitrarias diseñadas por colectivos que en muchos de los casos obvian que el ser humano parte de una evolución que es insoslayable, y por ello seguirán haciendo aquella función con la misma dedicación que antaño. Pero las condiciones diferentes en las que operan tienen una terrible consecuencia....

Hemos de entender que las bacterias forman un ecosistema que tiende al equilibrio mientras no existan elementos que lo perturben; pero precisamente eso es lo que está ocurriendo. La cantidad y calidad de los alimentos tienen la capacidad de modificar, para bien o para mal, ese ecosistema que constituye nuestra flora intestinal, de tal forma que un exceso de alimentos puede repercutir en un sobrecrecimiento de aquellas bacterias que lo degradan, pero también la calidad afecta seriamente a éste equilibrio al modificar la materia prima de la que se nutren éstas colonias, de tal forma que unas poblaciones disminuirán y otras crecerán. Pero a éste cóctel, le falta el ingrediente principal: LOS ANTIBIÓTICOS.

Ahora reflexionemos sobre nuestras bacterias..., hemos cambiado la cantidad de los alimentos consumidos, con una tendencia clara al exceso calórico y además hemos modificado nuestra alimentación en favor de los cereales, los azúcares y las harinas (no entro en más modificaciones para no perdernos). ¿No creéis que ésto es más que suficiente para alterar nuestra flora intestinal?, sí, sin duda. Pero aún hemos de pensar en el otro factor más: los antibióticos. Intercedamos en un ecosistema imaginario, donde han residido diferente colonias de animales en perfecto equilibrio durante miles y miles de años. Ahora cambiemos la alimentación llevada por las distintas especies que habitan en nuestro paraje ficticio y sobrealimentemos adrede a unas especies determinadas en detrimento de otras..., creo que todos podemos suponer la consecuencias de ésta acción, pero añadamos además exterminios periódicos con un producto químico capaz de aniquilar prácticamente a todo el ecosistema, y repitamos éste ciclo de manera constante es decir: sobrealimentación para determinadas colonias y exterminio masivo, así una y otra vez, ¿qué creeréis que ocurrirá con el transcurso de los años?. La respuesta creo que es de sobra conocida.

Ahora vamos a ser un poco más técnicos para tratar de averiguar si esta alteración de nuestra flora intestinal es capaz de explicar por si misma, los principales problemas de salud que asolan a nuestro mundo "civilizado". (pero hoy no que no me da tiempo..., mañana, je,je).

Pero el problema no finaliza aquí..., si solo fuese un mayor aporte calórico de los alimentos no sería tan nocivo,¿verdad...?, además sería sencillo evitar el sobrepeso comiendo algo menos. Pero la alteración de nuestras bacterias trae muchas más consecuencias que un hipotético aumento de tejido adiposo. Imaginemos nuevamente nuestro ecosistema ficticio donde toda nuestra fauna vive recluida en un espacio "natural" que se encuentra perfectamente delimitado para evitar que puedan colonizar otras zonas más delicadas. Cuando hay un perfecto equilibrio entre las distinta especies que cohabitan todo funciona adecuadamente, pero cuando se produce una alteración muchos trastornos no tardarán en hacerse evidentes. Hemos de pensar que ese recinto debe ser vigilado constantemente por guardianes para evitar que alguna de las especies recluidas pueda salir de su interior causando trastornos en puntos alejados de nuestro zoológico. Éstos guardianes no son otros que nuestro sistema inmunológico. Cuando se produce un sobrecrecimiento bacteriano, la tendencia a colonizar lleva a nuestras defensas a actuar, pero como en cualquier conflicto siempre existen daños colaterales. Los receptores de reconocimiento celular del sistema inmune innato toll-like (TLR) se activan en respuesta a diferentes estímulos entre los que destacan las bacterias intestinales e incluso la dieta (como luego veremos luego), una vez activados interactúan con proteínas que activan la transcripción de distintos factores (MAPKs y NF-KB) y citoquinas inflamatorias como el factor de necrosis tumoral alfa (TNF-a) y la interleuquina 6 (IL-6). En el caso bacteriano, el ligando que activa los TLR son unos polímeros con resto de ácidos grasos que forman la mayor parte de la membrana celular externa de las bacterias Gramm negativas denominadas lipopolisacaridos (LPS). Esta inflamación que se produce a nivel intestinal tiene la capacidad de alterar nuestra mucosa y permitir "fugas", que es lo que se conoce con el nombre de "intestino permeable".

Una vez que la primera barrera defensiva de nuestro organismo falla, todo nuestro organismo está en serio peligro. Las consecuencias de un intestino con fugas podrían supondrían una mayor entrada en nuestra circulación de toxinas, microbios, y diferentes antígenos, con nefastas consecuencia para nuestra salud:
-Alergias alimentarias.
-Enfermedades autoinmunes,
-Infecciones sistémicas.
-Enfermedades metabólicas como la diabetes
-Determinados tipos de cáncer.

Como vemos, estamos hablando de graves problemas de salud, de hecho, simplemente por un intestino permeable podríamos explicar la gran mayoría de las enfermedades que asolan nuestra civilización. Pero para llegar a esta situación se requiere de tiempo. Este no es un proceso que surge de la noche a la mañana, eso está claro, pero debemos prestar una atención importante al sistema digestivo porque nuestra salud depende en gran medida de lo que allí acontece . Ahora cabe preguntarse si además de una modificación de nuestra alimentación hay algo más que sirva de catalizador de todo este proceso.

Cualquier proceso que altere la digestión de los alimentos tiene la facultad de alterar la composición de nuestra flora intestinal, por tanto se hace necesario repasar éste proceso para ver de que manera esta puede incidir en la cantidad y calidad de nuestras bacterias intestinales.

La digestión comienza en la boca con el proceso de masticación, donde la PTIALINA, enzima presente en la saliva empezaría a degradar los almidones. Al llegar al estomago el bolo alimenticio se mezclaría con el ácido clorhídrico y la pepsina (encargada de la degradación de las proteínas), pero si éste ácido no proporcionara un ph lo suficientemente ácido, la pepsina no podría actuar correctamente al haber menor producción de ésta enzima, la consecuencia es que no se produce una adecuada degradación de las proteínas en péptidos y aminoácidos, pero además la descomposición de los carbohidratos se deteriora debido a que una baja producción de HCL no estimula adecuadamente la producción de enzimas pancreáticas en el intestino delgado. Las consecuencias de todo ésto son las siguientes:


  • Las proteínas que no son degradadas en el estómago pasan al intestino donde pueden producir putrefacción, hinchazón, gases y ardor de estómago, pero también aumentan las probabilidades de que ésas mismas proteínas puedan pasar al interior de la circulación sanguínea, sobre todo cuando nuestro intestino tiene fugas.

  • La degradación de los hidratos al no realizarse adecuadamente posibilita un mayor sobrecrecimiento bacteriano, con las consecuencias ya vistas anteriormente.

  • Muchas de los patógenos presentes en los alimentos, debido a la baja producción de HCL logran sobrevivir presentándose en el intestino delgado, posibilitando su entrada posterior, en la circulación sanguínea.

  • La escasa degradación de los alimentos que se padece en ésta situación impide la correcta asimilación de las vitaminas y minerales presentes en los mismos degradando aún más todo éste proceso.

  • La baja producción de HCL también provoca la deficiencia de una proteína denominada "factor intrínseco de la mucosa gástrica", ésta proteína capta una molécula de vitamina B12 y lo transporta a las células intestinales donde unida a otras proteínas, es finalmente llevado a los tejidos periféricos.


Como vemos la baja producción de ácido clorhídrico tiene unas consecuencias desastrosas en nuestra salud al posibilitar de modo indirecto la alteración de nuestra flora intestinal. ¿Qué puede disminuir la producción de ácido clorhídrico en el estomago?, encontramos las siguientes:


  • La EDAD, cuanta más años se tiene menos producción de HCL., de hecho se ha podido comprobar las diferencias evidentes entre la flora intestinal entre personas mayores y jóvenes.
  • El consumo escaso de proteínas.
  • El uso de antiácidos.
  • El ESTRÉS CRÓNICO. En ésta situación el organismo corta la secreción de ácido en el estomago y además inhibe la digestión. El cuerpo lo que trata es ahorrar recursos, por lo que además de inhibir la producción de HCL recorta el engrosamiento celular de las paredes del estomago, el problema radica que una vez resuelto el problema de estrés y al volver al segregar ácido las paredes no serán igual de eficaces.


Resumiendo, podemos decir sin miedos a equivocarnos que la salud depende en gran medida de la calidad y cantidad de nuestras bacterias. El justo equilibrio de las mismas es percibido por las células de nuestro sistema inmunológico como la situación normal, motivo más que suficiente para no se produzcan reacciones violentas y exageradas por parte de las células de nuestro sistema defensivo. Pero una alteración propiciada por una alimentación altamente procesada, con un exceso de azúcares e hidratos de carbono tiene la facultad de inducir cambios patológicos en la composición de nuestra flora intestinal. Pero a decir verdad, no sólo los alimentos ingeridos pueden modificar directamente la calidad de nuestras bacterias, cualquier circunstancia que incida de lleno en nuestro sistema digestivo o en nuestro sistema inmunológico podría ocasionar tan perniciosos cambios. Hemos de entender que la forma en que nuestro organismo procesa y degrada los alimentos pude influir enormemente en la microflora intestinal, en este sentido, una disminución de la producción de HCL del estómago podría reducir la cantidad de jugos pancreáticos debido al aumento del ph, impidiendo la correcta degradación de almidones y posibilitando el sobrecrecimiento bacteriano. También el estrés crónico podría dar lugar a trastornos a nivel digestivo al deprimir nuestro sistema inmunológico; en este sentido hay que recordar que cerca del 85% del sistema inmune radica precisamente en los intestinos, y por tanto, cualquier disminución en su rendimiento podría dar lugar a cambios nocivos en la composición de nuestra flora intestinal, de hecho existen estudios que también lo relacionan con un aumento de la permeabilidad intestinal. El uso inadecuado de antibióticos también parecen incidir fuertemente en los procesos degenerativos mencionados, por tanto, además de los alimentos, también vemos que existen otras causas que igualmente podrían contribuir a cambios no deseados en nuestras bacterias aumentando la inflamación y la permeabilidad intestinal.

Sabemos que el origen de muchas de las enfermedades que amenazan nuestro organismo, comienzan como hemos visto en nuestro sistema digestivo; la alteración de la flora intestinal posibilita que aparezcan fugas en nuestra barrera intestinal, lo que allana el camino para que determinadas bacterias, virus, toxinas, proteínas y antígenos alimentarios penetren en el interior de nuestro cuerpo causando trastornos en cualquier parte del organismo, incluidas las enfermedades autoinmunes. Pero en este post me voy a centrar simplemente en la INFLAMACIÓN.

La inflamación puede ser considerada como la antesala de cualquier trastorno o patología que se inicia en un organismo. Hemos de entender que cualquier sustancia ajena que logre penetrar en la circulación va a ser considerada como un "invasor" y por tanto, propiciará una respuesta de nuestro sistema inmune. En este sentido cabe preguntarse si realmente la obesidad puede ser considerada como una enfermedad de origen inflamatorio. La idea parece tentadora, pero hay que reconocer que las causas que subyacen en la obesidad pueden ser múltiples, pero que duda cabe que la inflamación es una de ellas.

Las personas obesas suelen presentar mayor número de bacterias gram-negativas, (Bacteroidetes) y menor proporción de gram-positivas (Firmicutes), algo que también ocurre con las personas diabéticas, pero además cuanto más marcada sea esta diferencia mayor es el deterioro orgánico que suelen presentar. Los bacteroidetes tienen una mayor capacidad para inducir la absorción, por parte de los colonocitos, de monosacaridos y ácidos grasos de cadena corta, lo que impulsaría al hígado a sintetizar lípidos de novo. Pero además, hemos de saber que las membranas de las bacterias gram-negativas tienen una sustancia que es considerada tóxica por nuestro sistema inmune, el lipopolisacárido (LPS), que como vimos tienen la capacidad de activar receptores de reconocimiento celular Toll-like 4 (TLR-4), y esto a su vez aumentar el número de citoquinas inflamatorias. Cuando nuestro intestino presenta "fugas", éstas toxinas podrían entrar en circulación y producir la activación de dicho receptor en cualquier otra parte de nuestro cuerpo, lo que daría lugar a una inflamación sistémica, la cual está a su vez relacionada con una mayor resistencia a la insulina.

Pero en realidad, ¿cómo penetra esta endotoxina en la circulación?, el mecanismo parece ser el siguiente: la muerte de las bacterias gram-negativa produce la liberación de los lipopolisacaridos, los cuales son traslocados a los capilares intestinales mediante mecanismos dependientes de TLR-4, donde serían transportados, juntos a lípidos de la dieta, por los quilomicrones al resto del organismo, donde podrían volver a interactuar con los TLR-4, originando inflamación, obesidad y diabetes.

Este es el motivo por el que se ha asociado fuertemente el consumo de dietas altas en grasas con aumento de la inflamación. De hecho tras una comida rica en grasas se pueden elevar hasta un 120% los lipopolisacáridos circulantes. Pero este aumento dependerá en gran medida de nuestro estado. En un estudio que se realizó con cuatro grupos: personas delgadas (grupo de control), obesos, con resistencia a la insulina, y diabéticos, se halló que tras una comida rica en grasas los tres últimos grupos tenían una mayor concentración de lipopolisacáridos que el grupo de control, siendo además proporcional el aumento al deterioro orgánico que presentaban. Además se correlacionó los niveles de LPS con la cantidad de triglicéridos circulantes.

Con estos datos, ahora podemos saber que una persona con obesidad, o resistencia a la insulina que se acerca a la paleodieta con el fin de mejorar su estado orgánico, puede aumentar sus problemas, si en lugar de realizar una transición racional, con un consumo adecuado de frutas, verduras, carnes, pescados o huevos, y acompañado principalmente por ejercicio aeróbico de baja intensidad, se encamina directamente a una dieta cetogénica y ejercicios de alta intensidad de manera exclusiva. Creo que esto nos debe hacer reflexionar, que lo que hemos tardado muchos años en JODER (y perdonar la expresión) , no puede ser arreglado en unos pocos meses.
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