Mi (idílica) vida silvestre


A veces la vida le pone a una en situaciones muy intensas. De esas en las que hay que sacar todo el valor de dentro. ¿Han oído ustedes eso de que una madre es capaz de levantar un coche ella sola en situaciones límite? Bien, pues es mentira. Si una es cobarde no levanta ni un cojín del suelo. No quiero decepcionarles, pero cuanto antes desterremos los tópicos, mucho mejor. Se lo digo yo, que lo he vivido y estoy aquí para contarlo.
Pero empecemos por el principio. En estas que estaba yo corriendo como siempre cuando me topé con un gusano rojo y repugnante cruzando muy tranquilo por el salón de casa. Hay ciertas cosas con las que no puedo, los bichos y los gusanos entran dentro de las principales. Tras cuatro años viviendo en este pueblo no he logrado acostumbrarme, y miren que he tenido que lidiar hasta con sapos en días de tormenta.
Ahí estaba el gusano, como un alemán por el paseo marítimo de Benidorm, y yo sin poder articular palabra. El amore trabajando, Paxarito en la guardería y Juan con escasos seis meses. Estaba sola ante el peligro, así que con todo el asco de mi corazón cogí una escoba y llevé al pobre gusano al jardín, incapaz de chafarlo. "Ale, a pasear palmito por el huerto", musité muy satisfecha de mi heroicidad.
Ilusa de mi, cuando fui a dejar la escoba en la cocina, me encontré con ocho gusanos, ¡ocho! Rojos, asquerosos y paseando tranquilamente por las baldosas del suelo. Empecé a hiperventilar y antes de morir asfixiada cerré la puerta y salí de allí como si me persiguieran ocho perros rabiosos.
¿Qué hace una histérica al borde de un ataque de nervios con ocho gusanos asentados en su cocina? La respuesta es sencilla: llamar a Pablo, el que me cuida el huerto, que se presentó en cinco minutos aunque era la hora de comer. Se lo digo yo: ése levanta un camión en situaciones límite. Entró en la cocina, cogió un gusano, lo chafó entre los dedos y se frotó las manos diciendo: "huele a ajo".
Los ajos caducan pronto. Yo de esto no tenía ni idea, a pesar de que Pablo me lo repetía cada vez que me regalaba manojos del huerto. Y como en casa somos poco ajeros, los metía en el armario y hasta el año que viene. Creo que había cuatro generaciones de ajos guardados en el armario, así que los gusanos se habían montado una fiesta por todo lo alto a mis costa.
"Los ajos son como el dinero, cuanto antes se gasten mejor, que no me haces ni caso pero al final, sabes que siempre llevo razón", me regañaba Pablo en la terraza de casa. Le invité a un vino, y se puso a contarme como hacer injertos, los secretos de un buen dulce de membrillo, sus cruces de pera y melocotón y las mejores trampas para mantener a los pájaros a raya. Hey, me estoy convirtiendo en un pozo de sabiduría hortelana.


Recuerden: solo el que ha comido ajo, puede dar una palabra de aliento. Y ya pueden comprar los calendarios verduleros en la shop, con todas las frutas y verduras de temporada y las frases más bonitas inspiradas por mi amigo Pablo, que ya merece un spin off.









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