Bizcocho marmolado de Pascua
Aprende a sacarte un conejo del bizcocho
Mañana voy a ir a esquiar, y no quería dejar pasar esta oportunidad de deciros que os quiero y me alegro de haberos conocido. Y que si me veis en la pista, es mejor que os apartéis.
No creáis que exagero, porque ya he ido a esquiar antes, y sé que soy esquimal. Esquí-MAL. Con el esquí me pasa como con el running, es una actividad que no entiendo que se haga voluntariamente. Ponerte a correr sin que haya un motivo de necesidad, como que te persiga Enrique Iglesias para cantarte toda su discografía al oído, escapa a mi comprensión.
Pues el esquí, queridos, es aún peor. Esquiar consiste, en primer lugar, en madrugar. Nada bueno puede salir de madrugar, y así es como empieza esta actividad. Luego tienes que ponerte ropa muy chillona. En las pistas eres como Paco Clavel, pero abrigado. Después de vestirte estrafalariamente, tienes que subir a lo alto de una montaña donde hace frío. Y como has subido, no te queda más remedio que bajar. Por si no fuera bastante difícil bajar andando, te dan unas tablas con las que supuestamente te tienes que deslizar intentando conservar todos tus huesos (y preferiblemente también los ajenos) intactos.
El tema es que llegas a la estación en coche, te pones las botas (ahí ya empieza la tortura), y los esquís, y te dispones a subir. Para subir a lo alto de la montaña puedes elegir entre dos métodos: el telesilla, y el telearrastre. Llegar andando con las botas y cargando con los esquís y todo el equipamiento ya debería contar como deporte, pero no. La diversión no ha hecho más que empezar.
El telearrastre consiste básicamente en ponerte un tubo metálico helado en la entrepierna, que tira de ti hasta llegar arriba. Debe su nombre a que si se te cruzan los esquís y te caes y te quedas enganchado, es probable que te arrastre de morros hasta arriba. Sí, y sé lo que estáis pensando: ¿de verdad la gente paga un dineral por esto? Pues sí, amiguitos. También hay gente que se compra la discografía de Justin Bieber y se lee los libros de Sánchez Dragó. Ver para creer.
La otra opción es el telesilla. Ya cuando vas a subir, y ves estas indicaciones, sabes que el tema no augura nada bueno. El caso es que si vas en coche te ponen multa por ir sin cinturón de seguridad, y en el telesilla te dejan subirte (con esquís!) en una silla que va toda al aire y te puedes escurrir por arriba y por abajo mientras que te pasean por barrancos. Muy lógico todo. Una experiencia que las personas con vértigo como yo no podemos dejar de agradecer. Mientras que vas en el telesilla, de todas formas, no te da tiempo de fijarte en estos detalles, porque estás ocupado intentando valorar si alguno de tus compañeros es todavía más torpe que tú y se te va a caer encima al bajar… os he dicho ya que el telesilla no para nunca? No, queridos, eso sería ponértelo fácil, y en el telesilla ya quieren que sepas lo que te espera arriba. Al telesilla se sube y se baja en marcha. Con los esquís puestos, por supuesto.
El caso es que sea de la manera que sea, por fin has conseguido subir arriba y has sobrevivido. Y es entonces cuando al ver esa vasta extensión blanca repleta de cuestas abajo, a cuál más empinada, te haces la pregunta de tu vida: “¿Ahora cómo c*** bajo yo de aquí?” Porque allí arriba no se dan las condiciones mínimas para vivir. Lo de los San Bernardos con el barril de whisky es mentira, con la falta que te hace una copa allí arriba. Y por no haber, no hay ni servicios. Que no es que yo pida mucho, que a mí me encanta ir al campo, y si viene un apretón pues te metes entre unas rocas, detrás de un árbol y en un momento desechas la hipótesis… Pero, y cuándo estás en un paisaje todo blanco, sin rocas, ni arbustos ni árboles, con los esquís puestos que hacen la postura del caganer difícil, y con cuatro capas encima de ropa de colores neón… ¿dónde te metes? ¿Son los esquiadores como los respiracionistas, y nunca pasan de lo abstracto a lo concreto?
Pero la auténtica tortura está aún por llegar, y es la gente diciéndote cómo esquiar. Tú solo quieres llegar entera y verdadera hasta abajo, y la gente que si: “Baja en paralelo”. Claro, para matemáticas estoy yo encima de los esquís. Que si: “Haz la cuña, haz la cuña”. Por una cuesta abajo a máxima potencia y sin que haya ningún árbol a la vista para frenar, para pastelitos estoy yo…
Pero bueno, que tampoco quiero que penséis que es todo malo, y tengo que confesar que hay dos cosas que me encantan de esquiar: parar a comer, y cuando acaba.
La receta que os dejo hoy es probablemente la receta que más me habéis pedido desde que se publicó en mi libro Las recetas de la felicidad, y no quería irme sin compartirla con todos vosotros.
Recordad que si me veis en la pista, es una de esas buenas razones para que empecéis a correr
{Bizcocho marmolado}
Preparación: 45 minutos
Cocción: 2 x 45 min
Raciones: 12 personas
Ingredientes
-
Para el bizcocho de cacao:
- 250 g de mantequilla blandita
- 200 g de azúcar
- 4 huevos medianos
- 250 g de harina
- 40 g de cacao puro en polvo
- 1 pizca de sal
- 1 cucharadita de levadura química
-
Para el bizcocho de vainilla:
- 250 g de mantequilla blandita
- 200 g de azúcar
- 4 huevos medianos
- 250 g de harina
- 1 cucharadita de vainilla en polvo (o esencia de vainilla)
- 1 pizca de sal
- 1 cucharadita de levadura química
Preparación
- Comenzamos preparando el bizcocho de cacao. Precalentamos el horno a 180 º C. Batimos la mantequilla con el azúcar. Agregamos los huevos de uno en uno. Añadimos por último la harina, el cacao, la levadura y la sal, y mezclamos con una espátula. Vertemos en un molde de plumcake (preparado con mantequilla y harina), y horneamos unos 45 minutos. Sacamos del horno, dejamos enfriar 15 minutos, y desmoldamos sobre una rejilla. Dejamos enfriar del todo.
- Cortamos el bizcocho de cacao en rodajas gruesas (según el grosor del cortador que vayamos a usar), y cortamos las rodajas con un cortador de galletas, en este caso, con forma de conejo.
- Colocamos todas las rodajas de bizcocho juntas en la parte inferior de un molde de plumcake untado con mantequilla, y llevamos al congelador hasta que vayamos a preparar el bizcocho (con una hora, será suficiente). Es importante que las rodajas queden bien prietas y unidas de lado al lado del molde, porque si no, al verter encima la masa de vainilla, como se indica en el siguiente paso, se introducirá por las separaciones
- Preparamos la masa de bizcocho de vainilla. Precalentamos el horno a 180 º C. Batimos la mantequilla con el azúcar. Agregamos los huevos de uno en uno. Ponemos una cucharada de vainilla. Añadimos por último la harina, la levadura y la sal, y mezclamos con una espátula. Sacamos el molde del congelador, y vertemos la mezcla de vainilla sobre el bizcocho de chocolate que hemos congelado y recortado previamente.
- Introducimos el molde en el horno, y horneamos unos 40 minutos. Retiramos del horno, dejamos enfriar 15 minutos, y desmoldamos sobre una rejilla, donde lo dejaremos hasta que esté totalmente frío.
- Podéis ver un paso a paso aquí, donde vi esta idea originalmente. La receta es distinta, y yo congelo el bizcocho del interior para que no quede seco, pero el resto es igual. El cortador no recuerdo donde lo compré, hace ya 5 años de estas fotos, pero podéis encontrar cortadores similares aquí, y aquí por ejemplo (mirad el tamaño de vuestro molde de bizcocho para ver que es un tamaño adecuado).
NOTAS:
- A la hora de elegir un cortador, para llevar a cabo esta idea, os recomiendo ir a la sencillez: elegid cortadores no muy historiados, y que sea fácil reconocer la figura (por ejemplo, lo hice con setas una vez, y al cortarlo no se sabía muy bien qué era, parecía una mancha
- Esta receta está incluida en mi libro “Las recetas de la felicidad”, que tiene el sello Best in the World de los Gourmand Cookbook Awards aunque mi editorial no se haya molestado en usarlo, y que ahora mismo está en oferta a 9,95 €
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